“Si buscas el puesto o título antes que la formación de un proyecto, eso está destinado al fracaso por no dominar tu ego.”
Esta reflexión encapsula mucho de lo que vivimos en lo personal, lo colectivo y, por supuesto, en la política mexicana. En una sociedad donde los títulos pesan más que los logros, el ego suele convertirse en un obstáculo, desdibujando la importancia de construir proyectos con bases sólidas. En lugar de avanzar, se priorizan los símbolos vacíos: un cargo, un nombre, una promesa. Pero, ¿dónde está el contenido?
En el mundo real, los proyectos tienen una fecha de caducidad. Ya sea en la iniciativa privada o en el ámbito social, las metas se establecen con tiempos definidos: semanas, meses, pocos años. Y lo que no funciona, se descarta. Esa inmediatez obliga a la planificación rigurosa y a la autocrítica constante, algo que tristemente falta en los proyectos de nación de México.
El Ego como Protagonista
En el caso de Morena, nos venden la idea de un “proyecto de nación”. Pero, ¿qué significa eso realmente? Lo que parece un gran plan a largo plazo es, en realidad, una acumulación de acciones sin revisión ni autocrítica. Más preocupante aún, se perpetúa mediante un ejército de influencers financiados con nuestros impuestos, quienes ensalzan los logros, reales o ficticios, mientras descalifican cualquier señal de disenso.
Por otro lado, la oposición, tan envuelta en su estatus y lenguaje académico, pretende gobernar con la frialdad de un empresario que ve a los ciudadanos como empleados. En ambos casos, falta algo esencial: la empatía. Porque, sin empatía, no hay proyecto que trascienda ni discurso que conecte.
La Sociedad que Reacciona Tarde
México, como colectivo, parece ir al doctor cuando ya no hay cura. Reaccionamos tarde, tanto en lo personal como en lo social. ¿Educación? Se atiende cuando la brecha ya es insalvable. ¿Salud? La prevenimos solo cuando es imposible revertir el daño. Y en la política, esperamos hasta que el desastre es inevitable para exigir cuentas.
Mientras tanto, nos refugiamos en la farándula. Los artistas y el entretenimiento se convierten en espejos donde proyectamos esperanzas ficticias, porque enfrentar la realidad duele demasiado. Pero esta desconexión tiene un costo: perpetúa un sistema donde los problemas se ignoran y las soluciones se aplazan.
Una Reflexión para el Cambio
El lenguaje académico no basta. En un país donde la mayoría de la población vive ajena a esos términos, el verdadero reto está en conectar. Hablar de proyectos no como ideas abstractas, sino como acciones concretas, medibles y tangibles. Como sociedad, debemos aprender a evaluar, exigir y, sobre todo, participar.
Porque aunque nos gobierne lo peor de México, también existe lo mejor: los ciudadanos que, en su trabajo diario, construyen soluciones reales. El reto está en multiplicar esas voces, en canalizar ese esfuerzo hacia un cambio colectivo.
Al final, no se trata solo de proyectos, títulos o promesas. Se trata de reconocer que la verdadera revolución no está en un cargo, sino en la capacidad de transformar desde abajo, con cada acción, con cada idea.
