En estos días de altas tensiones políticas, se podría pensar que estamos en la antesala de un culebrón político. ¡Y qué culebrón! En este melodrama de poder y ambición, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, parece haberse contagiado del síndrome de “si no es para mí, no es para nadie”. A pocos meses de cerrar su sexenio, el mandatario parece más obsesionado que nunca con destruir lo que no puede controlar, como un niño con rabieta que quiere todos los juguetes para sí.
AMLO, al parecer, ha desarrollado un problema grave de personalidad y de manejo de la ira. ¿Quién necesita psicólogo cuando uno puede ser presidente y desquitar sus frustraciones personales con todo un país? La última temporada de esta telenovela de seis años ha venido cargada de intrigas palaciegas y enfrentamientos con la Suprema Corte de Justicia, que han osado tirarle algunas reformas de ley. ¡Qué falta de respeto! ¿Quiénes se creen esos jueces? ¿Guardias de la ley? ¿Defensores de los tratados internacionales en los que México está inmerso? ¡Por favor!
De hecho, en esta cruzada por hacer tabula rasa de todo aquello que no lleve su sello personal, el presidente ha decidido que es hora de eliminar los organismos autónomos. ¡Adiós al INAI, Cofepris, y al Instituto Federal de Telecomunicaciones! ¿Transparencia? ¿Para qué queremos transparencia cuando tenemos la palabra del presidente, que es más que suficiente? ¿Y la reforma del Poder Judicial? Por supuesto, porque no hay nada mejor para un sistema democrático que un líder que interviene en los otros poderes. Porque, como sabemos, la democracia es mucho más divertida cuando solo uno manda.
Y claro, como no podía ser de otra manera, el mercado ha respondido con la misma estabilidad emocional del mandatario. El dólar en picada y las empresas con maletas listas, buscando destinos menos tóxicos para sus inversiones. Pero, tranquilos todos, que según el presidente, todo está bien. ¿Qué son algunos milloncitos menos en inversión extranjera cuando uno tiene un proyecto de nación tan… personal?
Mientras tanto, Claudia Sheinbaum, la heredera designada de este reino de contradicciones, parece estar jugando al «hago como que no veo, hago como que no sé». Porque claro, si algo nos ha enseñado la política mexicana, es que lo mejor es no traicionar a quien te pone en el trono. Total, ¿a quién le importan los ciudadanos? Ellos siempre estarán allí, como los extras en esta tragicomedia nacional.
La ironía de todo esto es que en el país del “pueblo sabio”, pocos entienden el espectáculo de teatro político que tienen frente a sus ojos. Pero claro, con un sistema educativo tan eficiente y de calidad, ¿quién puede culparlos? Mientras tanto, las verdaderas decisiones se toman entre amigos y familiares. Y si algo no funciona, ¡que se elimine! ¿No queremos eso también en la vida? Si el taco no sale bien, lo tiramos, ¿verdad? Pues lo mismo con los jueces y la Corte.
¿Y qué hay de Sheinbaum? Ella todavía no sabe si ser la nueva protagonista de esta telenovela o simplemente el relleno del capítulo final. Quizás debería decidir pronto, porque este no es el «reality show» de «La Casa de los Famosos«, sino un país de verdad, con gente real, esperando un poquito de estabilidad. Aunque claro, en el México de hoy, ¿quién necesita estabilidad cuando puede tener drama?
Así, mientras el telón se prepara para caer, el país queda en un estado de suspenso, mirando con incredulidad cómo el líder que prometió un cambio termina enfrascado en una lucha contra todo lo que no puede controlar. Y es que, al parecer, para Andrés Manuel, la frase es clara: «Si no es conmigo, no es con nadie». Y así, México se despide de otro capítulo más de su interminable telenovela política, con un amargo sabor a déjà vu.
El pilón:
Tabula rasa es una expresión en latín que significa «tabla rasa» o «pizarra en blanco». En filosofía, el término es utilizado para describir la idea de que las personas nacen sin ningún conocimiento o contenido mental preexistente, y que todo conocimiento viene de la experiencia o percepción sensorial. Esta noción es atribuida a filósofos como Aristóteles y más tarde John Locke, quien la usó para argumentar que la mente humana es como una hoja en blanco que se va llenando a través de la experiencia.
En un contexto más amplio, «tabula rasa» se refiere a comenzar algo desde cero, sin prejuicios o ideas preconcebidas, o borrar todo lo que existía antes para crear algo nuevo.