En las penumbras del ocaso, donde las sombras se alargan y los recuerdos se vuelven palpables, existe un pequeño universo de ternura y pérdida. Bigaleto, un gato con ojos que reflejan el abismo de la soledad, se pasea silencioso por los techos que alguna vez compartió con su amado dueño. La pandemia arrebató a un hombre bueno, apasionado del fútbol, cuyo amor no solo impregnaba las vidas de sus seres queridos, sino también de sus fieles mascotas.
El eco de su ausencia resonaba en cada rincón de la casa, y Bigaleto, con su pelaje naranja como el crepúsculo, encontró refugio en el cálido regazo de la madre de su amo. Sin embargo, la muerte, con su sigilosa crueldad, volvió a reclamar otra vida, dejando al felino en un mundo que parecía haberse olvidado de él. Ahora, sus maullidos melancólicos en el techo no son más que lamentos por unos dueños que nunca volverán.
Estas historias, teñidas de un dolor que atraviesa el tiempo, nos recuerdan hasta dónde se extienden las finas líneas de la muerte. La vejez alcanza a todos, incluso a las mascotas, que, en su inocencia, cargan con el olvido, igual que aquellos familiares cuyos nombres se desvanecen en la bruma del tiempo.
La verdadera muerte llega con el olvido, cuando los recuerdos de lo que amaban y a quienes adoraban se desvanecen. A Bigaleto le queda el consuelo de un pequeño gato blanco que se frota contra él, quizá en un intento de sanar las heridas invisibles del abandono.
Hoy, lo hemos tratado; su dolor físico, al menos, ha comenzado a sanar. Ya no llora como antes, pero en sus ojos persiste la incertidumbre de si algún día volverá a ver a sus queridos amos. La cicatriz en su cabeza ya no supura, pero el vacío en su corazón sigue latiendo con la esperanza imposible de un reencuentro.